Los 45 minutos, aproximadamente, que dura la obra son suficientes para hacernos una idea de lo que es la vida diaria de este grupo familiar lleno de sueños rotos y de esperanzas muertas cuyo lugar es ocupado por la resignación y la negación de algo mejor.
Comienza una mañana cualquiera y la escenografía nos lleva a una casa de clase popular, con una decoración algo recargada y una nevera (heladera, refrigerador) que me recordaba muchísimo a la de mi abuela paterna. Un típico hombre maduro se levanta con la intención de ver un juego de fútbol por televisión, pone el aparato receptor de imágenes a todo volumen y así comienza el relato.
Una mujer, ama de casa, pendiente de cada detalle atendiendo a un marido quien sólo le confiere maltratos. Ese es el personaje de la actriz Diana Volpe. Madre y esposa abnegada, que se ha negado a sí misma por mantener satisfechos a su esposo y a su exigente hijo, un joven que vive de parranda en parranda y cada noche es motivo para una borrachera y traer conquistas a su habitación.
Un drama muy bien narrado, original de Spiro Scimone que sin duda alguna logra hacer que el espectador se involucre con lo que está pasando en escena y con las emociones de los personajes.
Las actuaciones son realmente buenas y convincentes. Al actor Elio Pietrini sólo habíamos tenido oportunidad de verlo en telenovelas, donde casi siempre es el médico de la familia. Pero, en esta oportunidad hemos quedado gratamente satisfecho con su representación. Una gestualidad muy bien lograda, matices emocionales que van desde la pasividad hasta la rabia más incontenible y una total sinergia con el resto de los actores son sólo algunas de las fortalezas de este veterano de las tablas, el cine y la televisión.
Diana Volpe, pues es la segunda vez que la veo en el escenario. La primera fue en una obra, hace algún tiempo atrás llamada “La Señora Klein” en el Ateneo de Caracas. En esa oportunidad, no salimos muy satisfechos ni Marmota ni yo. Sin embargo, de aquí salimos con mayores niveles de satisfacción, aunque no del todo, y más adelante comentaré por qué.
Albi de Abreu, nos representa a un hijo que no muestra grandes señales de afecto por su madre y quien mantiene una conflictiva relación con su padre. Este joven actor, que comenzó hace muchos años atrás como modelo de un programa infantil ha madurado muchísimo como actor. Las últimas actuaciones que hemos podido disfrutar de él han mostrado notorios avances. Su atractivo también ha corrido con esta suerte, y mención aparte su aparición en escena con franela y ropa interior, pero este ya es tema de otro post. Minutos antes de la obra, Marmota pasó frente a Albi y éste le saludó, le causó tanta alegría el hecho que hasta lo recuerda y no pasa un día sin hacer alusión al hecho.
Los comentarios al final entre Marmota y yo fueron muy coincidentes. Sentimos que la obra comienza muy bien, y tiene un momento cumbre realmente bueno. Sin embargo, el final es algo abrupto. Nos deja con muchas interrogantes y con una sensación de que la curva temática del tema no desciende para mostrar al espectador un desenlace. Tanto así, que yo no comenzaba a aplaudir pensando que venía otro acto, y esta sensación creo que fue común en la sala pues los tímidos aplausos iniciales dieron muestra de ello.
Marmota piensa que quizás el director quiso poner de manifiesto algo con lo que nosotros no hicimos el “click”. Puede ser eso, que las ideas del autor y las nuestras no estaban en ese momento en la misma sintonía y pues no logramos captar la causa de tan repentino final.
A pesar de esto, es una obra que recomendamos ver, a quienes puedan acercarse a la sala experimental del CELARG.
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